Boletín Número 7

Programa de Familia

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MIEDOS INFANTILES

El miedo es la reacción normal y adaptativa que experimentamos cuando nos enfrentamos a estímulos (situaciones, objetos y pensamientos) que implican peligro o amenaza, teniendo un valor de supervivencia obvio. El miedo, como cualquier otra emoción, se manifiesta a tres niveles o tipos de respuesta:

  • Expresiones conductuales visibles.
  • Sentimientos y pensamientos subjetivos (en los humanos).
  • Cambios fisiológicos acompañantes.

Tanto en los humanos como en los animales, aparecen diferentes tipos de estrategias de conducta que van desde la inmovilidad total hasta los ataques de pánico con huida desesperada. Los sentimientos que aparecen con el

miedo son sensaciones desagradables más o menos intensas (desde el simple malestar hasta el terror), urgencia de

fisiológicas también varían, siendo las más comunes el Ritmo cardiaco acelerado, la sudoración excesiva, la tensión muscular, la sensación de urgencia de orinar y defecar, la dificultad en respirar, respiración rápida y entrecortada, temblores, dilatación de las pupilas, erizamiento del pelo, o aumento de la presión arterial, entre muchas otras.
Los niños y niñas más pequeños/as tienen miedos a los seres imaginarios, ruidos fuertes, al daño físico, a la oscuridad, separación de la familia, a la escuela o a los animales; mientras que los y las adolescentes padecen más temores a hacer el ridículo, al fracaso escolar, a ser observado, al aspecto físico, a las relaciones sociales o a la muerte. El sexo y la clase social son variables que influirán en los tipos y formas de manifestar los miedos.
 

 

escapar y gritar, irritabilidad, ira, agresividad, sensación de irrealidad, percepción espacio-temporal alterada, falta de concentración, o pensamientos irreales, entre otros. Por ello, las manifestaciones

¿QUÉ DEBEMOS HACER SI APARECE EL MIEDO?

En el caso de que el miedo haga acto de presencia, es primordial no reírnos de su reacción ni permitir que lo hagan los demás. Tampoco debemos nunca comparar a nuestro/a hijo/a con otros/as niños/as que no tengan miedos, ni criticarle/la o castigarle/la.

Tampoco debemos hacer públicos sus comportamientos de miedo, ya que esto creará inseguridad.

Nunca debemos forzarle/la de manera brusca a afrontar los estímulos que le/la producen el miedo ni tampoco amenazarle/la con el estímulo que se lo produce,

como con la frase “Si no comes llamaré al hombre del saco”.
Ante todo, debemos actuar con tranquilidad, hablando con tonos bajos y ritmos pausados y dando apoyo efectivo y, siempre que sea posible, con contacto físico.

Si los miedos son pequeños, debemos dejar que nuestros/as hijos/as se enfrenten a ellos y, por tanto, se acabarán acostumbrando (por ejemplo, a las olas del mar). Si avanza en la superación de sus miedos, debemos felicitarle/la evitando las coletillas “ya era hora...”.

Es fundamental convencerle/la

de que no debe avergonzarse por tener miedos con frases como “Yo también tengo miedo a...” ya que de este modo no disminuirá su autoestima y le proporcionaremos fuerza para superarlos.

En definitiva, debemos ir aproximándonos al estímulo que provoca el miedo de forma progresiva y siempre en un ambiente agradable y de bienestar para nuestros/as hijos/as, sin ser superprotectores y desdramatizando poco a poco las situaciones temerosas de la vida como la muerte, los coches o el fuego.

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